Los años se suceden, las hojas vuelven a caer y luego le
sigue la nieve. Pero el sol nunca más volvió a salir.
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Hay días malos y días en los que no te importaría cometer
un homicidio. Pero quitar la sangre de la alfombra siempre es una molestia.
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Los niños son pequeños monstruos. No estoy siendo sínico,
ellos los son. Ellos gritan, lloran y patalean, mientras tú sólo puedes
contemplarlos, preguntándote qué te había poseído para querer uno. Y lo peor de
todo es que cuando crezcan tendrán más y el calvario comenzará de nuevo. — ¡Son
gemelos, querido! —
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— Hay dos cosas en la que los humanos son muy buenos.
MUY BUENOS. Amar y destruir cosas.
— Creo que eso
explica muchas cosas. ¿Crees que sea contagioso?
— No, debe ser genético.
Por la dudas no toques esas muestras. Tenemos que buscar la forma de separar los conceptos.
— Casi no puedo
creerlo ¿nos con otros?
— Sí, incluso
consigo mismo.
— Una aberración
¿crees que tal vez los hace sentir bien?
— ¡Equipo de
cuarentena! ¡Equipo de cuarentena! Tenemos otro caso de curiosidad por el amor.
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El niño metió su dedo anular en la nariz, revolvió con una
mueca de concentración, y después de sacar el dedo, se lo metió en la boca.
Salado. Evidentemente aspirar azúcar no volvía los mocos dulces como dijo papá.
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Qué crees que es más complicado de escribir: un novela o
in micro relato. Y antes de que me contestes, dejame poner esta metáfora (ya
estoy viendo tus pensamientos a través de tus ojos). ¿Qué es más díficil? Dar
cada día de tu vida una gota de sangre; o entregar la mitad de la sangre de tú
cuerpo en un instante para una causa que tal vez ya esté perdida.
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— Me gustaba cuando Claudia se pintaba los labios. Parecía
un payaso.
— Pensé que
odias los payasos.
— Bueno por eso
la maté ¿no crees? Fue una buena excusa.