El mensaje del Cuervo
•Capitulo uno•
El pasillo
se veía oscuro a pesar de la luz de la tarde que entraba por las ventanas, el
ritual iba a comenzar a las tres y Harry estaba verdaderamente ansioso. Quería
terminar con esto de una vez, y por otro lado, no quería acercarse a esa puerta
de madera oscura y bisagras de metal viejo y oxidado. Era como si alguien
hubiese puesto una puerta medieval en medio de un pasillo decorado ostentosamente
y el choque de estilos dejaba completamente claro que detrás de esa puerta no
podía haber nada bueno.
Los cuadros
se quedaron callados, mirando al niño de nueve años y al hombre que le había
adoptado pasar con un aire ceremonial. La magia ya estaba comenzando a
envolverlos.
Nicolás sacó
una llave sinuosa y dorada, que se veía lo suficientemente vieja para
pertenecer a esa puerta, y con ella la abrió. Un espacio oscuro y frio les dio
la bienvenida, la habitación era circular y su techo de piedra tenía forma de
cúpula y pegada a la pared mohosa estaba la escalera rustica de piedra en forma
de caracol. Mientras bajaban Harry pudo ver el complicado círculo lleno de
símbolos dibujado en el piso y dos hombres encapuchados que él sabía muy bien
quiénes eran pero no podía diferenciarlos por la oscuridad y sus largas túnicas
negras.
Solo había
cinco velas iluminando la habitación, dejándola en una semi penumbra lúgubre y
siete inciensos desparramando su espeso humo que serpenteaba en el aire
llenándolo de aroma a almizcle. Realmente no era una escena tranquilizadora, y
la magia que cosquilleándole en la piel, casi ansiosa por empezar, no ayudaba a
tranquilizarlo. Pero todo saldría bien, o resurgía casi como una nueva persona
o moría en el proceso, podía ser confuso, pero Harry estaba feliz de que no
había impredecibles términos medios.
Su pie
abandonó el último peldaño y en completo silencio caminó hasta el centro del
círculo. Nicolás, que ya tenía la cabeza cubierta por la túnica negra, completo
el triángulo equilátero uniéndose a los otros dos hombres. Completamente
quietos estuvieron un tiempo indefinible, hasta que los tres magos comenzaron a
rezar en latín, supo con esto que ya eran las tres en punto de la tarde y Harry
no tuvo que esperar mucho más para que, poco a poco, un sopor comenzara a
llenar su cabeza. Dejó de escuchar que decían las voces de barítono y en un
momento se hizo el silencio para él.
Costándole
articular su cuerpo se sentó sobre sus rodillas y en frente de un cuenco con un
líquido que se veía negro por la penumbra. Sus brazos se sentían sin hueso y
tuvo que hacer un gran esfuerzo para levantar el cuenco y llevarlo a sus
labios.
Bebió y
bebió de aquel elixir hasta que su cuerpo terminó de adórnese y fue incapaz de
sostenerlo, los hombres seguían moviendo los labios en su letanía y las luces
de las velas brillaban con un halo sobrenatural. Lo último que pensó Harry fue
sí iba despertar o no.
Una
delirante fiebre siguió después de eso, convulsiones y gemidos de dolor, aunque
Harry nada recordaría de todo esto. Estuvo siete días en aquella cúpula oscura,
los últimos días había estado en coma, donde su respiración era tan débil que
apenas se percibía el movimiento en su pecho, sus guardianes poco podían hacer
además de observar mientras el tiempo pasaba, y exactamente ciento sesenta y
ocho horas después Harry despertó.
Luego de una
semana de inanición lo primero que sintió fue a su estómago quejarse, y su
garganta rogar por agua. El resto de su cuerpo se sentía sorprendentemente bien
para haber estado acostado sobre piedra durante tanto tiempo apenas moviéndose.
Probablemente lo más desequilibrado era su cabeza, no tenía idea de que día
era, y a pesar de saber el tiempo que tomaría el ritual era exactamente una
semana, sentía que solo hace unas horas había perdido el conocimiento.
— ¿Cómo te sientes Harry? — dijo Nicolás,
socándolo de sus cavilaciones.
— Muero por algo que comer y beber. — el
hombre se bajó la capucha y le sonrió.
— Bien, subamos entonces. Perry ha preparado
todo un banquete.
Cuando Harry
intentó incorporarse se tambaleó hacia un lado, más por su equilibrio inestable
que por piernas. El hombre lo cargó entonces todo el camino por las escaleras y
luego por el pasillo lleno de cuadros que aun miraban curiosos la escena,
susurrándose unos a otros. Harry no era muy aficionado a que Nicolás lo cargara
pero él no se quejó, cuando antes llegara al cuarto de baño mejor, esperaba que
unos cuantos minutos en la bañera ayudaran a desentumecerse, y luego comería
hasta el hartazgo porque su estómago estaba amenazándole con devorarse a sí
mismo si no engullía algo pronto.
Nicolás lo
dejó frente a la puerta del baño, comentándole que Ebby había hecho un gran
escándalo sobre preparar el baño para el joven amo. Había dos elfos domésticos
en la casa, Benny, taciturno y silencioso, y Ebby, demasiado imperativa y
excitable incluso para un joven elfo doméstico.
Nicolás lo
dejó luego de dedicarle una última mirada indefinible y Harry se apresuró a
entrar al baño, moría de ganas de meterse a la bañera y verse en un espejo. La
habitación de cerámicos blancos y celestes tenía un gran espejo sobre el lavado
de manos y otro de cuerpo completo que anteriormente no había estado allí
antes. Seguramente Nicolás o Perry lo habían puesto para él.
Caminó hasta
el espejo, temblando ligeramente de ansiedad. La primera diferencia que notó
fue su cabello, seguía siendo del mismo tono de azabache, pero ya no parecían
las plumas de un ave recién nacida, torciéndose y saliendo hacia todos lados,
ahora unas suaves ondas enmarcaban su rostro. Su piel también se veía distinta,
era sorprendentemente parecida a la de Perry, de un blanco rosáceo. Fue cuando
estaba examinándose los ojos que se dio cuenta que en todo ese tiempo no había
estado usando sus lentes y que no los necesitaba en lo absoluto. Otra cosa
realmente notable era la mutación del color de sus ojos. Habían dejado ese
matiz verde oscuro y profundo, y se habían aclarado resaltando incluso más por
la falta de los lentes.
Había más
cambios aquí y allá y en síntesis se sentía bastante extraño, algo incómodo
mirando los rasgos de un casi desconocido. Pero nunca le había dado demasiada
importancia a su apariencia, probablemente en algunas semanas ni siquiera
recordaría exactamente como había sido antes del ritual.
Estaba por
encaminarse a la bañera cuando recordó la cicatriz en su frente y volvió al
espejo, corrió los mechones oscuros que ocultaba la marca y sinceramente no se
sorprendió de verla vívidamente marcada en su frente como siempre había estado.
Cuando se quitó la tónica negra que había estado llevando durante el ritual
pudo confirmar que era la única cicatriz que había mantenido. No pudo evitar
estar eufórico por esto, saltó a la bañera desparramando una gran cantidad de
agua y estuvo diez minutos lavándose sin perder la radiante sonrisa.
Era como un
milagro. Tenía una familia, una verdadera y genial además. Tenía un cuerpo
inmaculado, y pronto un nuevo nombre.
Borrón y
cuenta nueva, había dicho Nicolás. No estaba seguro si así se sentía renacer,
pero se sentía genial.
~
Perenelle le
estrechó en sus brazos en cuanto entró en la cocina, ella realmente adoraba
cocinar y siempre decía que la gastronomía había sido la madre de la alquimia.
Desde que estaba con los Flamel había acompañado regularmente a la mujer, de las
tareas que le daban los Dursley, cocinar era su preferida, y había descubierto
que lo amaba si lo hacía para las personas que quería y más aun siendo que se
le permitía comerla también.
La mujer lo
soltó y dejó escapar un suspiro exasperado muy mal actuado cuando Harry se
abalanzó hacia la comida, y aunque le advirtió que comiera despacio y Harry
trató de obedecerle no pudo contener el instinto de satisfacer a su estómago.
Normalmente él tenía mejores modales que eso, realmente no quería parecerse a Dudley
ahora que tenía una familia.
Luego de
vaciar su vaso y exhalar un suspiró de pura satisfacción, Perry dejó que la
acompañara un rato más mientras le baja la comida, la mujer le preguntó un par
de veces si no le dolía el estómago y aunque Harry juró y perjuró que estaba
perfecto le hizo tomar un té con yerbas para la indigestión. Perry había
aprendido muy rápido a no confiar cuando el niño decía “estoy bien”, el ochenta por ciento de las veces estaba ocultando
algo.
Perry dejó a
Benny cuidando la cocción del pastel de moras y acompañó a Harry hasta el
estudio de Nicolás. Era hora de la parte administrativa de su cambio. Un
abogado estaba hablando con el señor Flamel cuando entraron, Harry no tenía
idea de su nombre pero había escuchado a Nicolás llamarlo Slinkhard, y también
había un duende de Gringotts, que miraba apáticamente a los magos desde una
esquina.
— Entonces ¿estamos todos listos? — preguntó
Nicolás, mirando especialmente a Harry que asintió. Luego de la transformación
esto era pan comido.
— Señor Le Blanc. — dijo el abogado
dirigiéndose a Nicoles, o en esta ocasión Fausto
Le Blanc.
Nicolás cada
siglo –o un poco menos –renovaba su identidad, él prefería el anonimato y la
privacidad que solo las personas ordinarias pueden tener, así que tenía toda
una colección de personajes que habia o podía usar según la ocasión, linajes enteros que solo habían
nacido de su necesidad de verificar su descendencia y de sus noches de ocio.
Nicoles le había contado lo que se suponía iba a ser su cuartada esta vez.
Bastante simple en primera instancia: un matrimonio de avanzada edad que había
adoptado a un niño por medios mágicos para asegurar un heredero para la
familia. Yendo más allá de eso, Nicolás había tejido todo un árbol genealógico
entre familias escocesas, rusas y francesas.
Los Le Blanc
era una familia pura sangre en pleno derecho. En realidad el estatus de sangre
sería poco importante si no fuera que debían llevar acabó el trámite de
adopción mágica, que difícil mente un mestizo haría.
Aunque la
adopción mágica era casi un protocolo completamente burocrático, donde todos
los cambios que se hacían eran en los documentos en el ministerio, además de
ser añadido formalmente en el linaje genealógico de la familia; casi siempre
estaba acompañado de una adopción de sangre, ya que si un niño iba ser el
heredero de una familia, solo para tener acceso a la bodega de Gringotts debía
compartir un lazo sanguíneo, sin mencionar que muchos tomaban los rasgos
genéticos como una firma familiar. Ciertamente había otras opciones, pero los
tradicionalistas las tachaban de ordinarias.
Pero lo
importante era que desde ese día Lawrence Fausto Le Blanc pasaba a existir
legalmente.
La reunión
se llevó a cabo sin que el interviniera más que para firma bajo ese nombre y
dar un consentimiento oral de que él era, desde ese momento, heredero e hijo legítimo
de Fausto y Ameida Le Blanc.
El Sr.
Slinkhard se despidió y salió usando la chimenea de la oficina, fue en ese
momento que el duende se acercó a Nicolás y luego le dio una mirada severa y
penetrante a Harry. El duende solo dejó un frasco pequeño frente a él y una
ostentosa navaja plateada. Había arreglado previamente actualizar su llave a la bodega de los Potter y ahora tenía que
hacerlo entregando una nueva muerta de sangre. Normalmente esto era lo que se
hacía cuando un niño no era adoptado sanguíneamente. Por supuesto que con la
severa política de privacidad de Gringotts su secreto estaba a salvo de
cualquier entrometido.
Harry
primero destapó el frasco y luego cortó su dedo con una herida lo
suficientemente grande para llenarlo rápidamente, estando la navaja encantada
para anestesiar el dolor esto era sumamente fácil. Perenelle rápidamente curó
su herida con un movimiento de varita y se quedó mirándolo sopesando la
necesidad de darle una poción sanguínea. Harry solo se ruborizo, había
conseguido una madre muy sobreprotectora.
Por otro
lado, Griphook, pragmático como todo duende, no vio la necesidad de quedarse
para más y se fue usando la red Flu.
Ese fue su
primer día después de su resurgimiento. Pero luego de tres años con los Flamel
él ya estaba acostumbrado a la rutina del matrimonio. Perenelle leería sobre
hechizos y le contaría historia de cómo se crearon y luego ambos irían a
cocinar. Nicolás mientras tanto se encerraría en su laboratorio por horas hasta
que Ebby le hostigara lo suficiente para que baje a cenar. Y como los Flamel
eran una familia con tendencias nocturnas, Harry pasaría las siguientes horas
siendo el improvisado ayudante de Nicolás en el laboratorio y antes de que
fueran las tres de la mañana Perenelle se lo llevaría medio a arrastras a la
cama.
Por
supuesto, esto significaba que el día siguiente se levantaría cerca del
mediodía y su desayuno era más bien el almuerzo. Normalmente a esa hora Perry
estaba ocupándose de sus proyectos de botánica más… salvajes –o sea, de sus
plantas carnívoras exóticas –y Nicolás aun estaría en el séptimo sueño.
Ebby era la
que siempre lo acompañada y siguiendo el ritual desde que llegó a esa familia,
trataría de lavar los platos y la elfina tendría casi una apoplejía y luego
jugarían a las escondidas-atrapadas. Más tarde se iría a estudiar, ya que
Nicolás le daba tres libros por semana para leer.
~
Harry poco
podía salir de su hogar, normalmente Nicolás y Perenelle tenían muchos compromisos
pendientes como sus verdaderas identidades. Nicolás como adicto a la
investigación que era a veces podía desparecer por días, y aunque Perenelle
siempre estaba atenta de estar por lo menos una hora con su hijo ella también
debía ocuparse de sus plantas, de sus publicaciones científicas y de sus
alumnos de maestría de herbología.
Pero había
ocasiones especiales donde ambos limpiaban sus agendas y tomaban sus personajes
de Sr. Y Sra. Le Blanc, los cumpleaños de Harry eran una de ellas. Él ahora
cumpliría diez años y saldrían al Callejón Diagon como una familia ordinaria
teniendo un día de paseo. Era todo lo que podía pedir –no que sus padres y su
tío se satisficieran con eso y se evitaran comprar una montaña de regalos.
Perry abrió
los ventanales de su habitación para despertarlo, y en cuanto abrió los ojos un
ruidoso beso se estrelló en su mejilla.
— Feliz cumpleaños mi cielo. — Harry se
retorció y luego abrazo a su madre que le ayudó a sentarse. — Ve a bañarte,
desayunaremos en el Callejón Diagon.
Harry se
levantó perezosamente luego de sus arrumacos y mientras Ebby preparó
rápidamente su baño. Se quitó a trompicones su piyama y cuando estaba por
entrar a la bañera las manos huesudas de la elfina le empujaron desde atrás.
Termino zambulléndose en el agua bastante fría para su gusto y no pudo evitar
retorcerse en un escalofrió al sentir la temperatura.
— ¡Ebby! — chilló abrazándose a sí mismo. En
realidad no estaba tan fría, pero le había sorprendido.
— El joven amo debe despertarse, el joven amo
se durmió muy tarde anoche aunque sabía que tenía que levantarse temprano. —
las diez de la mañana era madrugar para los Flamel. — Tenía que hacerlo para
que el joven amo estuvieran muy despierto para su cumpleaños. — Harry rodó los
ojos y se dispuso a enjabonarse rápidamente.
— Ebby, la próxima vez avísame.
— El joven amo se hubiera negado.
— No es verdad. — se quejó y la elfina
entrecerró dramáticamente sus grandes ojos mientras cruzaba los brazos.
— Hmm… preparare la ropa del joven amo. —
Harry ni siquiera consideró pedirle algo en específico. Su madre se encargaba
de traerle un conjunto cada vez que salían y aunque la mayoría de las veces
eran demasiado ostentosas para su gusto, lo hacían muy pocas veces como para
negarle la satisfacción a Perry.
Se lavó la
cara y enjuagó el cuerpo, saliendo bastante apresurado, el realmente había
perdido la tolerancia a los baños de agua fría, pero luego de cuatro años con
los Flamel no lo podían culpar por terminar algo malcriado.
Las tollas
absorbieron mágicamente el agua que quedaba en su cuerpo y envuelto en ellas
volvió a su habitación donde un conjunto de túnicas blancas y plateadas le
esperaba sobre la cama. Perenelle tenía unos gustos tan llamativos, ella misma hacía su ropa, era algún tipo de hobby
macabro donde su madre jugaba a las muñecas con él, o eso sentía cuando ella se
emocionaba al imaginar un nuevo diseño y de la nada tenía cintas métricas
encantadas tomándole todas las medidas. Una vez estaba durmiendo una siesta
bajo el gran roble cuando las malditas cosas aparecieron. Tuvo pesadillas con
snitchs asesinas.
Decidió que
era un caso perdido evitar ponérsela, su madre era demasiado buena con el
chantaje emocional. Nunca lo admitiría pero hasta lo había logrado que se
probara varios vestidos… con volados, encajes y muños.
Cuando bajó
las escaleras, Nicolás lo esperaba mientras tomaba una dosis de su poción
personal, había logrado hacer coexistir la poción pimentoníca y la Wiggenweld,
aunque había quitado y cambiado tantas ingredientes que era algo completamente
distinto, básicamente engañada al cerebro para que ignore la necesidad de
dormir; los efectos secundarios eran un poco abruptos, uno podía pasar una
semana despierto hasta que finalmente perdió sus efectos y simplemente quedaba
inconsciente por el cansancio acumulado, o podía contrarrestarse con una gran
dosis de sueño sin sueños, pero eso había probado terminar degradando el
sistema nervioso, o por lo menos las ratas de laboratorio habían quedado
catatónicas, las que habían sobrevivido. Nicolás solía diluirla con leche.
— Vaya, Perry se ha auto superado nuevamente.
— dijo en cuanto vio a Harry. El niño se abstuvo de hacer una mueca. — Ya
quiero ver que nos traes la próxima vez cariño. — Perry sonrió y le pasó los
dedos por el cabello peinando a Harry, nunca pensó que tener un cabello que
obedeciera las leyes de la gravedad fuera tan agradable.
— Es que mi niño es hermoso. Pero vamos
Nicolás, nosotros aun debemos desayunar. — el hombre dejó su tasa que
desapareció ni bien tocar la mesa.
Benny
siempre estaba invisiblemente presente, al principio su costumbre de hacer las
cosas desde las sombras podía llegar hacer un poco aterradora, especialmente
por la sensación de tener alguien caminando más silenciosamente que un fantasma
arreglando y limpiando las cosas ni bien se las dejaba de forma casi obsesiva.
A veces el plato podía desaparecer ni bien terminase el último bocado o los
calcetines salir disparados de los pies en cuanto se quitaba los zapatos.
Acostumbrados al excéntrico elfo, los tres
caminaron hasta una pequeña habitación heptagonal donde toda la decoración eran
las fotografías de diferentes paisajes en movimiento y el techo de vitral de
vividos colores que traslucían a la luz del día tenía forma de cúpula. Era la
sala de las apariciones, el único punto donde las salas de seguridad dejaban
aparecerse a los miembros de la familia o cualquier invitado.
Perenelle y
Nicolás le tomaron uno de cada mano y con un crack, más un retorcijón de estómago,
todos estuvieron un segundo después fuera de Bortimel el magnífico, un restaurante en el callejón Diagon donde
acostumbraban a desayunar. En realidad Harry prefería la comida de Perry pero
si comía algo antes de aparecerse terminaría devolviéndolo en menos de un
minuto, y aunque una de las pociones que le había dado Nicolás ayudaba con eso
ésta tenía un gusto horrible. Harry solo esperaba que con el tiempo lo superara
porque realmente quería ser capaz de aparecerse sin tener que estar en ayuno
cuando tuviera la mayoría de edad.
Luego de
sentarse y de que un empleado tomara su orden, un café apareció frente a
Nicolás, Perry eligió un desayuno a base de fruta y Harry una gran copa de
leche de cacao con crema de nieve y sobre ella ranas de chocolates. Nicolás
estaba luchando con una sonrisa mientras miraba a su esposa que estaba
conteniendo las ganas de decirle a Harry que con eso cumplía su ración semanal
de azúcar, pero al ser su cumpleaños tenía privilegios especiales y aún faltaba
el helado de Florean Fortescue y el
pastel después de la cena. Probablemente se estaba convirtiendo en un monstruo
del azúcar, pero tenía años de abstinencia que reparar, no había probado lo que
era el chocolate antes de conocer a Nicolás.
Cuando los
tres habían terminado y pagado, empezaron su recorrido por las diferentes
tiendas. La primera parada fue el Cofre
de Encantica, una tienda de juguetes, por supuesto mágicos, y Harry obtuvo
un nuevo tren para su colección y algunos adornos más para sus maquetas, en
especial pasajeros, el gato de su padre tendía a comérselos. A los adultos les
parecía bastante graciosa la enemistad entre Calister y él.
Perry
arrastró a sus hombres a Brigitte
Bautyland donde compró un par de gemelos hechos de oro y un brazalete de
esmeraldas para Harry y se puso a curiosear los anillos que exponían, ella
adoraba coleccionar ese tipo de parafernalias, con todo el tiempo que llevaba
viviendo había conseguido una espectacular colección, sus favoritos eran los
anillos de las antiguas dinastías y familias, tanto mágicas como muggles.
Llevaban ya
dos horas recorriendo el lugar y apropósito sus padres ni siquiera se acercaron
a la tienda de Quidditch, Harry le hubiera encantado tener una escoba, la sola
idea de volar le ponía los vellos de punta de excitación, pero era demasiado
difícil convencer a un acérrimo amante de los libros como Nicolás y a una madre
sobre protectora como Perenelle de que tener una escoba no era un suicidio
académico o literal. Iba a tener que conformarse con tener una escoba cuando
estuviera en Hogwarts, e iban a ser las viejas escobas de la escuela.
La última
parada fue Ollivander. Luego de unas pruebas a su núcleo mágico, Nicolás había
decidido darle una varita aunque tendría un muy restringido uso de ella, Harry
rodó los ojos cuando su padre le había dicho que si sobreexplotaba su magia
cuando aún su núcleo se estaba desarrollando podría transformase en un squid,
ni que fuera tan estúpido para intentar lanzar un patronus.
Cuando
entraron a la estrecha tienda tuvieron que esperar varios minutos a que su
excéntrico propietario apareciera. El bien conocido Ollivander les sonrió a los
tres después de salir del oscuro pasillo, y se sorprendió a ver que ninguno de
los dos adultos había obtenido sus varitas con él. Decidió no mencionarlo y
centrarse en el pequeño mago.
— Supongo están en buscan de una varita. —
dijo viendo a Harry evaluativamente y el niño asintió. Ollivander no esperó ni
un segundo más en medir su brazo y observar sus dedos antes de incursionarse en
busca de posibles candidatas.
De las
primero cinco que trajo apenas pudo sostener una, las demás fueron desechadas
inmediatamente por Ollivander. Luego de una decena dejó de contarlas. Al final
el propietario se quedó pensativo mirando a Harry durante cinco interminables
minutos en vez de parecer frustrado como él estaba. El niño estaba empezando a
sudar de ansiedad y cada cuanto miraba a sus padres que solo esperaban en un
rincón de la tienda con inmutable paciencia. Tal vez esto no había sido una
buena idea después de todo.
Al final
Ollivander mascullo algo como «tal vez
ella… pero no puede ser, no es…» cuando desapareció en la oscuridad del
pasillo y luego de escuchar sonidos de pilas de cajas cayendo el hombre
resurgió con una sola varita en la mano. Harry no estaba muy seguro, pero
sintió el aire que le rodeaba electrizarse en cuanto estuvo cerca de la varita,
pero eso no fue nada en comparación cuando la sostuvo. Una ola de calor y
estática le recorrió desde la mano derecha hasta cada extremidad restante del
cuerpo para luego liberarse en forma de luz y viento.
Esa era su
varita.
— Vaya vaya. — dijo Ollivander, mirándole con
grandes ojos curiosos. — Esa varita es la hermana de aquel quien ni siquiera su
nombre es pronunciado. Grandes cosas están destinadas para ella. — Harry se
retorció bajo la mirada del propietario, tratando de aparentar de que él no
tenía idea de lo que estaba hablando el hombre. — 28 centímetros de madera de
acedo, con núcleo de pluma de fénix. Muy curioso…
— Felicitaciones hijo. — dijo de pronto
Nicolás, apoyando su mano en el hombro de Harry. — Ahora puedes ir con tu madre
a Flourish y Botts mientras pago. — Harry se limitó a asentir antes de
abandonar de un salto la silla larguirucha de la tienda, ansioso por salir de
ahí.
Perry le
sonrió cuando tomó su mano y ambos salieron rumbo a la librería.
— Eso fue raro. — masculló Harry a su madre
que sintió. — ¿Crees que él…?
— Oh, tu padre lo solucionara, no te preocupes
cariño. Ahora, vamos a conseguir libros nuevos para que Nicolás se ponga de
buen humor.
— No entiendo como él puede comprar hasta los
de ese farsante de Lockhart.
— Los coleccionistas pueden ser muy extremos.
Y ha comprado cosas peores.
Harry solo
se rió y se separó de Perry en cuanto entraron a la tienda. Otra restricción
que realmente detestada era no poder elegir sus propios libros, porque aunque
su padre tuviera probablemente la biblioteca más completa de la historia, tanto
muggle como mágica, él solo podía acceder a determinados títulos; y no que
pretendiera leer libros sobre magia oscura, prohibida o peligrosa, él solo
quería alguno libros de Quidditch o algo para distender sus cabeza que no
fueran las novelas complicadas que solía darle su madre. Así que solo podía
verlos cuando iban de compras.
Pasó su
mirada por los diferentes títulos hasta que encontró Inmortales sobre escobas: cómo sobrevivir a caídas y Bludgers.
Cuando sus dedos fueron alcanzar el libro, Harry retrocedió al ver que otras
manos hacían lo mismo. Al mirar a su lado encontró a un niño rubio con el ceño
fruncido. Él realmente no había visto otro niño desde que vivía con los Flamel,
por su puesto en las pocas veces que salían se cruzada con alguno, pero no
había estado tan cerca de alguien de su edad desde hace cuatro años. Hubiera
preferido fuera un adulto, Harry no estaba acostumbrado a tratar con niños y la
mirada molesta del chico no ayudaba particularmente.
El niño
rubio ya había tomado el libro del anaquel y Harry tomó el siguiente en la
fila. Estuvo unos segundos debatiendo consigo mismo donde podía ir a ver el
libro sin tener la mirada gris y penetrante escrutándole, pero antes de que se
pudiera decidir el otro niño empezó hablarle.
— Los jugadores de Escocia deberían leer esto,
cinco de sus jugadores quedaron inconscientes en la primera ronda del mundial.
— dijo a Harry sacándolo de su sopor.
— Vaya ¿los fuiste a verlos? — Harry ni
siquiera había considerado hablar mucho del tema en su casa, Nicolás tendía a
darle tareas si veía que su hijo estaba lo suficientemente distraído como para
andar pendiente de esas cosas.
— Por supuesto — elevó la nariz el niño, en
una mueca que le pareció muy graciosa a Harry. — Mi familia tiene uno de los
mejores lugares en las tribunas.
— Habrá sido genial. — dijo con un suspiró.
— ¿No fuiste? — preguntó bastante sorprendido
el otro niño, la mayoría de los purasangre habían asistido al mundial de ese
año.
— No. — masculló Harry, luego se acercó un
poco al niño y susurró. — Mis padres ni siquiera me dejan tener libros de
Quidditch. — los ojos grises se abrieron completamente.
— ¡Son terribles! — chilló, y Harry chistó
para que bajara la voz, su madre no estaría muy lejos.
— Lo sé, tendré suerte si no me obligan a
tomar un juramente inquebrantable para mantenerme lejos de las escobas cuando
vaya a Hogwarts.
— Santo cielo, y pensaba que mis padres eran
exagerados por no comprarme una escoba de carreras. — Realmente no estaba
siendo del todo sincero, en primer año había clases de vuelo y él tendría que
cursarlas si o si, por lo que sus padres no podían hacer algo como un juramente
inquebrantable –ni tampoco estaban tan trastornados –pero era bastante
divertido dramatizar.
Además,
sentía que ese niño entendía que no estaba diciendo toda la verdad, era
simplemente una forma de expresarse. Tampoco él había creído su comentario
sobre los jugadores de Escocia, algo así habría salido en El Profeta. Siguieron
con su conversación hiperbolizada hasta que de pronto el niño rubio se
tensó.
— Padre. — susurró el rubio, y buscando a su
alrededor Harry no tuvo que ser un genio al adivinar que el sujeto de porte
aristocrático y cabello platinado que acababa de entrar era el padre del niño.
Aquel hombre se acercaba a un par de mujeres conversando, y una de ellas era
Perry, la otra sin duda era la madre del chico rubio.
— Tu madre parece conocer a la mía. — comentó
sin demasiada importancia. Perenelle conocía a casi todo el mundo que merecía
ser conocido, o algo así decía Nicolás.
— Por cierto, no me he presentado. — dijo el
rubio arrastrando las palabras. — Draco Malfoy. — le tendió la mano, y Harry
procesó que al parecer Draco decidió que valía la pena formar un lazo más
estable que simples chicos que coincidieron en gustos literarios.
— Encantado, Lawrence Le Blanc. — contestó
aceptando el gesto. Ahora Harry entendía porque había tantas fiestas sociales
que parecían pura parafernalia, era ciertamente regocijante captar la atención
de alguien.
— ¿Le Blanc? ¿Eres pariente de Merle Le Blanc?
— Sí, es primo primero de mi padre. — y por
supuesto eso era mentira, parte de su falsa identidad y aquel Merle, un importante boticario francés,
era amigo de Nicolás que había necesitado un borrón y cuenta nueva. — ¿Cómo lo
conoces? — porque aunque Merle era una figura prominente, no se esperaría que
un niño supiera de él.
— Mi tío es un maestro de pociones. — y Harry realmente no necesito más
explicación, era más que probable que su tío le diera lecciones, algo normal
entre familias purasangre.
— ¿Lawrence? — Harry se tensó cuando escucho
la voz de Nicolás desde su espalda. Devolvió rápidamente el libro a su lugar
antes de girar a su padre.
— ¿Si padre?
— Veo que has conocido al joven Malfoy. — dijo
el hombre asintiendo hacia el niño rubio. — Fausto Le Blanc. — estrechó la mano
con el niño, dándole una benigna sonrisa.
— Draco Malfoy, encantando de conocerlo señor
Le Blanc. — correspondió el niño, perfectamente entrenado en los modales
purasangre.
— Sería mejor que nos unamos a tu madre. —
instruyó suavemente Nicolás y cuando Harry se dispuso a seguirlo Draco los
acompañó.
Harry se
quedó anonadado entre las presentaciones, su madre y Narcisa –como se había
presentado la madre de Draco –hacían la mayor parte de la conversación. Lucius
y Nicolás solo tuvieron con intercambio cortes. Los niños se quedaron
educadamente callados, Draco acostumbra a ese tipo de escenas solo miró a los
adultos con un ligero aburrimiento, mientras Harry absorbía el intercambio.
Había encontrado bastantes datos curiosos; a pesar de las sonrisas encantadoras
de las mujeres, Harry podía decir que Perry no estaba realmente feliz, era solo
educación, se podía ver que era igual para la madre de Draco. Lucius se
mantenía cortes y a la vez indiferente, y Harry no tenía idea de cómo el hombre
podía lucir de esa forma tan naturalmente. También podía decir que Nicolás ni
siquiera estaba prestando atención a la conversación de las mujeres, aunque lo
simulaba muy bien su mente estaba a mucha distancia.
En algún
momento las despedidas comenzaron y ambas familias se separaron. Harry aún
estaba muy curioso y no pudo evitar mirar sobre su hombro buscando a esa
familia de rubios y elegantes magos y cuando vio a Draco mirándole le sonrió.
Tal vez podría cartearse con el chico, no creía que sus padres vayan a oponerse
ante eso y sería algo más entretenido que hacer además de leer y estudiar.
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